Resulta evidente decir que la piel forma parte de nosotros, en algunos contextos esta considerada como un órgano, más que como un tipo de tejido, pues nos es esencial para la vida.
A pesar de que suele considerarse la piel como la superficie de nuestro cuerpo, la verdad es que esta está constituida por distintas capas cada una de las cuales tiene una función distinta.
Y es que la piel desempeña una suerte de funciones fundamentales entre las que destacan la protección, la termorregulación, la sensibilidad que permiten nuestro cuidado al mantener el equilibrio en la hidratación, en la temperatura corporal, en la relación con el medio que nos rodea, en la comunicación y la imagen que tenemos de nosotros mismos y la que los demás nos tienen.
Quizá por tener tantas y tan variadas funciones pasa desapercibida. Siempre está ahí. Nos acordamos sólo cuando presenta un problema, pues ante ellos somos conscientes de nuestra vulnerabilidad.
No nos adentraremos en explicar la estructura de esta, ni la complejidad de los mecanismos por lo que se llevan a cabo los procesos antes descritos pues en el caso de hoy nos centraremos en explicar que, como parte de nosotros, y de nuestro cuidado, la piel requiere de ser atendida pues posee en si una serie de necesidades.
Del cuidado de estas necesidades dependerá que mantengamos una adecuada salud y, en términos generales podemos decir que consisten precisamente en devolverle a la piel lo que ella hace por nosotros: protegerla, mantener su temperatura adecuadamente, hidratarla y no estresarla más de lo necesario.
Como parte de nosotros, nuestra piel hereda nuestra esencial característica vital, la vulnerabilidad, por eso requiere una especial atención en el caso de edades extremas o en situaciones en las que la competencia para cuidarse este disminuida o la necesidad de cuidado este aumentada.
Otro de los factores a considerar sobre su cuidado, al igual que sucede con nosotros, son los factores del ambiente, de ellos hemos de protegerla: las temperaturas extremas, la radiación en especial, por comunes, las más habituales son el abanico de estas provenientes del sol, la presión o la tensión de esta que suele ser la mayor causa de rotura de su continuidad, la humedad o la sequedad y la exposición a distintas sustancias químicas entre las que debemos incluir la contaminación.
Hoy, con la subida de nuevo de las temperaturas, traemos a colación la piel precisamente por que nuestros hábitos en la época del año en la que nos encontramos, la estival, hace que olvidemos el cuidado que le es merecido.
Radiaciones extremas, sequedad, falta de protección para lograr un determinado aspecto, humedad excesiva y duradera ligada a los baños, picaduras, heridas derivadas de actividades poco habituales y en las que no nos desenvolvemos con soltura, son las características de las distintas situaciones a las que sometemos a nuestra piel que, como ya dijimos, es parte de nosotros mismos.
Ante ello, ya sabemos, lo mejor es la promoción de su cuidado, bebiendo, hidratándola, cubriéndola, manteniéndola seca, pero que hacer cuando esta promoción no ha sido realizada.
En ese caso es cuando somos conscientes, como también dijimos, de que la piel está ahí: se nos manifiesta a través de picores, de escozor, de dolor, cambiando de color. Se hincha, nos arde, o si se rompió nos sangra o supura.
Ante estas situaciones, lo mejor siempre es devolverla a una situación lo mas estable posible: protegerla, enfriarla, beber mucho y, sobre todo, si está intacta, nunca romperla a pesar de que bajo ella se acumule líquido en forma de ampolla.
También es necesario no agredirla más con productos que, en vez de ayudar a su recuperación, la irritarán más. En este sentido las creencias populares nos muestran una suerte de productos que en nada la ayudan: como norma general debemos saber que ante la duda es mejor no aplicar nada.
Y si se nos ha roto: lavarla, limpiarla, y desinfectarla. Y de nuevo cubrirla y mantener un ambiente lo más parecido a cuando no se había roto. En este sentido existen numerosas opciones que requieren del conocimiento enfermero experto para su manejo, pero baste con recordar que gasas limpias y sujeción es lo mejor.
Así que, debemos ser conscientes de ella antes de que ella nos recuerde que está ahí, y si no es posible, habrá que devolverla a sus condiciones habituales de humedad, temperatura y protección hará que ella misma se regenere para poder volver a estar a pleno rendimiento.
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